Vicenta no quiere mirar atrás, dice que los errores del pasado no te deben impedir pensar en el futuro. Con esta actitud emprendió una nueva vida tras los barrotes de la cárcel de Santa Mónica en Lima. Gracias a su buen comportamiento y a una pequeña línea de crédito, pudo entrar a formar parte del taller de lavandería que el Instituto Nacional Penitenciario del Perú desarrolla en este centro de reclusión para mujeres.
“Al principio era muy difícil que la gente trajese su ropa a la cárcel para que se la lavásemos”, nos confiesa Vicenta. “Ahora todo ha cambiado, gracias al boca a boca y a nuestro excelente trabajo, en los últimos meses hemos tenido que ampliar el taller y somos más reclusas trabajando. Incluso se han abierto nuevos talleres como el de costura, artesanías y el de dulces”.
Vicenta mima las prendas que recibe como si fueran suyas. Casi siempre las lava a mano, las plancha con esmero y cuida hasta el último detalle para que el cliente regrese la semana siguiente. Nos confiesa que su secreto está en añadir unas gotas de perfume en todas las prendas antes de que el cliente las venga a retirar. Tiene claro que la excelencia en su trabajo la diferencia del proceso mecánico e impersonal que utilizan en el resto de lavanderías de la ciudad.
